Según la Sagrada Escritura, hay tres símbolos que describen la esperanza para el cristiano:
- el yelmo, que le protege del desaliento (cf. 1 Ts 5,8),
- el ancla segura y firme, que fija en Dios (cf. Hb6,19 ),
- y la lámpara, que le permite esperar el alba de un nuevo día (cf. Lc 12,35-36).
Tener miedo, dudar y temer, acomodarse en el presente sin Dios, y también el no tener nada que esperar, son actitudes ajenas a la fe cristiana (cf. S. Juan Crisóstomo, Homilía XIV sobre la Carta a los Romanos, 6: PG 45, 941C) y también, creo yo, a cualquier otra creencia en Dios. La fe vive el presente, pero espera los bienes futuros. Dios está en nuestro presente, pero viene también del futuro, lugar de la esperanza. El ensanchamiento del corazón no es sólo la esperanza en Dios, sino también la apertura al cuidado de las realidades corporales y temporales para dar gloria a Dios. Siguiendo los pasos de Pedro, del que soy sucesor, deseo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios (cf. 1 P 1,21.
Benedicto XVI en Benin (Africa) 19 de noviembre 2011
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