sábado, 21 de agosto de 2010

Dulce es la luz y bueno para los ojos ver el sol

En una mañana totalmente plomiza, como las que nos depara el invierno costeño de Huacho, se siente más la relevancia del versículo del Eclesiastés (11,7) del cual proviene el título de este artículo.
Comenta apropriadamente san Gregorio de Agrigento: "Dulce es la luz" y es cosa muy buena contemplar con nuestros ojos este sol visible. Sin la luz, en efecto, el mundo se vería privado de su belleza, la vida dejaría de ser tal. Pero nosotros debemos pensar en aquella magna, verdadera y eterna luz que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre, esto es, Cristo!
Sigue así el mismo autor: Aplica a la luz el apelativo de dulce, y afirma ser cosa buena el contemplar con los propios ojos el sol de la gloria, es decir, a aquel que en el tiempo de su vida mortal dijo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida". Así pues al hablar de esta luz solar que vemos con nuestros ojos corporales anunciaba de antemano el sol de justicia.
El Sol de justicia es el mismo Jesucristo como nos da a entender el cántico de Zacarías en el primer capítulo de Lucas: Nos visitará el sol que nace de lo alto, sobre el cual medité en ocasión de la realización e inauguración del portón de la iglesia de Manzanares.

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