En el evangelio de hoy Juan el Bautista es la voz que grita en el desierto: "Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos" (Mt3,3).
De esta manera resuenan y se realizan las antiguas profecías del segundo Isaías:
"Abran un camino a Yavé en el desierto;
en la estepa tracen una senda para Dios;
que todas la quebradas sean rellenadas,
y todos los cerros y lomas sean rebajados;
que se aplanen las cuestas
y queden las colinas como un llano." (Is 40,3-4)
Palabras de sabor muy similar se encuentran en el Popol Vuh, el "Libro de la Comunidad", un texto religioso de los Quiché, un pueblo de la cultura Maya que ocupó partes de Guatemala y de Honduras:
"Que no caigan e la bajada ni en la subida del camino.
Que no encuentren obstáculos ni detrás ni delante de ellos, ni cosas que los golpee.
Concédeles buenos caminos, hermosos caminos planos".
El contexto de Isaías era el destierro y la esperanza que pueblo pueda regresar a la tierra prometida por una carretera regia, derecha y directa, que hay que preparar cuidadosamente para el soberano Dios.
En el texto mesoaméricano en cambio el camino plano se presenta más como una bendición de parte de Dios hacia la persona para que no tenga tropiezos en su caminar.
En todo caso hay una asombrosa similitud de las imágenes utilizadas en textos tan distantes.
A nosotros los cristianos nos queda hacer vida la invitación de Juan el Bautista en el centro del Adviento: Jesús viene, merece que le preparemos un camino, en el abarrotado interior de cada uno. A la vez su presencia nos ilumina para elegir los caminos planos y superar los obstáculos a nuestra conversión.
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