El Dios de Israel es un Dios del desierto, un Dios que deja las comodidades tentadoras de la ciudad para habitar entre rocas y arenas. En este paisaje aparentemente vacío, JHWH convoca a sus elegidos: Abraham, Moisés, Elías, dejan la ciudad con sus ídolos para encontrarse con Él en el silencio de un desierto.
Interesante la lectura, de Is 2,6ss., en la cual el profeta reclama a su pueblo que se ha adaptado a la ciudad, a sus riquezas. Interesante el refrán: se llenó su tierra. La acumulación de los bienes lleva el corazón a despegarse del Dios que vive en la soledad asolada de las estepas.
“Has desechado a tu pueblo, la Casa de Jacob, porque estaban llenos de adivinos y evocadores, como los filisteos, y con extraños chocan la mano;
se llenó su tierra de plata y oro, y no tienen límite sus tesoros; se llenó su tierra de caballos, y no tienen límite sus carros;
se llenó su tierra de ídolos, ante la obra de sus manos se inclinan, ante lo que hicieron sus dedos.”
El antídoto contra estas tentaciones consiste en volver en la arena, en el polvo del desierto:
“Métete en las peñas, escóndete en el polvo, ante el rostro del Señor terrible, ante su majestad sublime” (Is 2,10.21)
Es la misma experiencia de Moisés (Ex 33,18-23) que quiere ver el rostro de JHWH, conocer su gloria, pero precisamente por esto tendrá que esconderse en la roca:
“Entonces dijo Moisés: « Déjame ver, por favor, tu gloria. » El le contestó: « Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahveh; pues hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia con quien tengo misericordia.» Y añadió: « Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo. » Luego dijo Yahveh: « Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no se puede ver”.
¿Y como no recordar la gruta de Elías, donde reconocerá la voz del Señor en el silbido de la brisa matutina? (1Re 19,11-13)
“Le dijo: « Sal y ponte en el monte ante Yahveh. » Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva”.
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