Hace tiempo el semáforo que está en Lima cerca de Santo Domingo hizo algo extraño. Todas sus luces, de repente, se tiñeron de azul, y la gente ya no sabía como portarse.
“¿Pasamos o no? ¿Nos quedamos o no?”
En todos sus ojos, en todas las direcciones el semáforo difundía la inusual señal azul, tan azul como el cielo de Lima no lo fue nunca.
En la espera de comprender algo, los choferes pitaban y rumoreaban, los mototaxistas hacían rugir sus tubos de escape y los peatones más gordos gritaban: “¡Usted no sabe con quien está hablando!”. Los chistosos lanzaban bromitas:
- El verde se lo habrá comido uno de los principales para hacerse una finca en la chacra.
- El rojo lo utilizaron para pintar los peces en la pecera.
- Con el amarillo ¿saben que hacen? Aumentan el aceite de oliva”.
Finalmente llegó un policía de transito y empezó a dirigir el tráfico.
Un trabajador del municipio, con sus herramientas, quitó la corriente y reparó el desarreglo.
Antes de apagarse, al semáforo azul le dio tiempo pensar: “¡Pobrecitos! Yo había dado la señal de Via libre para el cielo. Si me hubiesen comprendido, ahora todos podrían volar”.
Muchas veces avanzamos como choferes encerrados en unas cajas de hierro y preocupados solo de cosas materiales.
El ADVIENTO, el tiempo de preparación a la Navidad es como el semáforo azul: nos recuerda que no existen sólo nuestras preocupaciones y nos invita a mirar arriba, a buscar a Dios que viene.
Es una voz sutil, un llamado que habla al corazón. A nosotros nos toca el compromiso de no apagarlo para que en la Navidad gocemos del cielo en la tierra!
Buen camino,
Padre Ambrogio Cortesi
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